ANS Sao Paulo, junio 2014.- Al lado de los muros del estadio inaugural del Mundial de Fútbol de Brasil, el Arena Corinthians de São Paulo, se alza el humilde barrio de Itaquera.

En él viven alrededor de 500.000 habitantes de los 20 millones que pueblan el área metropolitana de esta ciudad, una de las mayores del mundo. "Todo esto era campo, riachuelos y favelas cuando yo llegué en 1981", asegura el misionero salesiano P. Rosalvino Morán.

Cuando el salesiano español Rosalvino Morán Viñayo llegó al barrio de Itaquera, en la capital financiera de Brasil, los jefes de la droga que gobernaban allí le pusieron una pistola en el pecho.Muchos otros se habían marchado ya ante las amenazas de muerte. Pero el P. Rosalvino no. "Les dije que me dejaran trabajar porque les iba a ayudar para que sus hijos tuvieran futuro". Ahora los hijos de los capos de la droga son grandes deportistas, actores, músicos, panaderos o mecánicos. Y el Centro Don Bosco de Itaquera es un ejemplo de cómo se puede transformar el mundo por medio de la educación.

"Nosotros no vamos a cambiar porque somos traficantes -le dijeron- pero puedes ayudar a nuestros hermanos y a nuestros hijos". Así fue como los capos avisaron al P. Rosalvino de que le iban a dejar trabajar en paz. Desde entonces, este misionero salesiano ha levantado talleres de formación ocupacional, escuelas de capoeira y gimnasia rítmica, una orquesta y un modernísimo centro de diseño gráfico.

El Centro Don Bosco acoge, entre otros, a jóvenes que han salido de la cárcel en libertad provisional y los prepara para la convivencia. Un psicólogo, un abogado y un asistente acompañan al salesiano en este proceso que dura al menos siete meses, periodo durante el cual conviven con el resto de alumnos del centro, algunos de ellos discapacitados y otros que recorren diariamente una distancia de 20 kilómetros para poder asistir a las clases que se imparten en él.

El éxito de su propuesta salta a la vista nada más traspasar las puertas del centro. Cientos de jóvenes de distintas edades saludan al visitante desde el comedor en que se reparten 7.000 comidas diarias y la sucesión de aulas donde reciben clases de informática o peluquería, talleres de zapatería, electrónica, costura, educación física o musical parecen no tener fin.

Por algo será que el propio Gobierno de la nación le ha pedido al misionero ayuda para atajar la delincuencia, el hambre o los problemas de escolarización en la ciudad, y que el Ayuntamiento de São Paulo ha suscrito un convenio de 90.000 reales para los talleres con los que capacita y ayuda a sobrevivir a más de 12.000 jóvenes que sin él no hubieran tenido otro futuro que la droga, la cárcel y la muerte prematura.

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