Blog El Padre Luis dice
- Por P. Luis Corral, sdb /
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“Un número apreciable de hombre y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (Catecismo 2358).
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Dios puso a prueba a Abrahán cuando le dijo: “Toma a tu hijo, a tu único hijo, al que amas, a Isaac, y vete a la región de Moria. Allí lo ofrecerás en sacrificio” (Gn 22,1-2). Toda la historia de Abrahán es un homenaje a la confianza en Dios. Lo cual le ha merecido el nombre de ‘nuestro padre en la fe’.
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Esta visión universal de salvación se remonta al pacto de Dios con Noé y con toda la humanidad (Gn 9,8-17), y en la Alianza de Abraham con la promesa de bendición para todos los pueblos (Gn 12,3 y 18,18). Así fue entendido también por los profetas (Is 24,13-16, etc).
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Debemos reconocer que ir cada año al santuario del Cristo más venerado es más fácil que cambiar de vida abandonando el vicio y el pecado. Es más fácil asistir a las procesiones que confesarnos y hacer un verdadero propósito de enmienda. Es más fácil recibir la ceniza en la frente el primer miércoles de Cuaresma que abandonar ciertas costumbres arraigadas que no nos permiten comulgar.
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La frase ‘Aquí estoy, Señor, para que hagas mi voluntad’ no la he escuchado a nadie con esas mismas palabras, pero tal parece que eso es lo que pretenden algunas listas de peticiones que traemos ante el Señor, a cambio de lo cual le hacemos ciertas promesas y prácticas de piedad. Lo cual manifiesta una actitud más propia de otras religiones.
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‘Y por eso no obtengo lo que pido’.
Es más frecuente escuchar este razonamiento en las iglesias evangélicas: “Si Dios no te ha sanado es porque no lo has pedido con suficiente fe”. Y el pobre cristiano, además de la enfermedad, tiene que cargar ahora con el peso de conciencia de que no tiene suficiente fe. Eso es desesperante. Ojalá nuestros catequistas nunca utilicen este argumento.