Se trata de un nuevo vocablo del inglés, acuñado para combinar dos palabras: “twins”, gemelos, y “sibling”, término genérico para designar hermano y hermana. Quiere responder a una nueva realidad que ha propiciado el “progreso” científico-técnico en nuestros días.
Se trata de gemelos, porque han sido fruto de fecundación in vitro utilizando esperma de un mismo padre y óvulos de una misma madre, pero formados en el vientre de dos diferentes mujeres. ¿Ciencia ficción? ¡No! Se trata de una realidad: ambos “gemelos”, Violet y Kieran, tienen ya 15 meses y nacieron con una leve diferencia de sólo cinco días.
Los padres legales de ambos bebés son Michael y su esposa Melanie, quienes decidieron unirse en matrimonio en edad relativamente avanzada, dedicados hasta entonces a una carrera profesional exitosa. Su deseo de tener hijos propios les llevó a hacer varios intentos de fecundación in vitro, sin conseguir que la mujer lograra el embarazo.
La adopción la descartaron, por lo lento y complicado de los trámites en Estados Unidos. Entonces, como buenos profesionales, programaron el procedimiento a seguir: querían dos hijos y estimaron que lo más aconsejable era tenerlos de distintas personas.
Una mujer recién graduada de California accedió a “donar” sus óvulos, previo jugoso pago, para que fueran fecundados por Michael en el laboratorio. Y a través de una agencia contactaron a otras dos, ya madres de familia, quienes, con la respectiva aprobación de sus esposos, y siempre bajo un acuerdo económico, aceptaron alquilar sus vientres para la gestación de los embriones y amamantar a los futuros bebés durante los primeros meses.
Lo interesante es que Michael y Melanie están convencidos de que la situación que han propiciado, que hoy escandaliza a muchos, será aceptada con toda normalidad dentro de unos años, cuando sus retoños lleguen a la edad adulta.
A raíz de estos hechos es inevitable que surjan muchos interrogantes. Algunos de fondo más bien psicológico: ¿qué repercusiones emocionales podrá tener en Violet y Kieran el saber que su madre legal, Melanie, es distinta de la mujer de cuyos óvulos se formaron, la donante, y de las mujeres en cuyos vientres se gestaron? Sabiendo que los padres son puntos de referencia fundamentales en los primeros años de vida, que marcan radicalmente la dimensión psíquica de una persona, ¿cómo asimilarán los pequeños esa diversidad de padres y madres que han intervenido en su primerísima infancia?
Pero más todavía surgen interrogantes de naturaleza ética. Ya el hecho de recurrir a la fecundación in vitro implica hacer el intento con varios embriones, muchos de los cuales terminan siendo desechados. La posición de la Iglesia, apoyada en investigaciones científicas serias y bien fundadas, es defender que la vida humana comienza desde la fecundación, por lo cual se estaría atentando aquí contra auténticas vidas humanas.
Por otra parte, con la venta de óvulos y el alquiler de vientres, se está reduciendo la maternidad a un negocio, con lo cual se rebaja la dignidad de la persona, cuyo origen debe ser fruto del amor y de una relación afectiva profunda con sus progenitores.
Es cierto que uno de los fines principales del matrimonio es la procreación, pero no a toda costa. Se defiende el derecho de los padres a tener hijos, ¿pero quién defiende el derecho de los hijos a tener sus propios padres como se debe? Aquí hay que afirmar con fuerza que mis derechos no son absolutos, sino que encuentran un límite en los derechos del otro, que no deben ser violentados en función de los míos.
En el fondo, estamos nuevamente ante el problema de la ciencia que quiere erigirse en criterio último de verdad y de valor: “si la ciencia lo hace posible, es permitido”. Un auténtico humanismo no puede menos que denunciar la falacia: la ciencia debe someterse a la ética, so pena de arrastrarnos a la deshumanización. Ejemplos innumerables nos ofrece la historia, pero nos negamos a aprender.